¿Se trata de “otra estúpida
película americana”? Todo apuntaba a que sí. Vaya por delante que un servidor se
declara como enfervorizado opositor de este tipo de cine, de las producciones
para el consumo de las masas adolescentes – y más aun de los “artistas” que en ellas se
enaltecen –, por no hablar de la molesta reacción subcutánea que me generan
este tipo de neomusicales cool; pero eso
no me obceca ni me impide ver, como en este caso, los motivos para la sorpresa que residen en Pitch Perfect (2012), y es por esto por
lo que no dispongo – a priori- de una respuesta taxativa para la cuestión
inicialmente formulada; para tratar de responderla me adentraré en las que yo
distingo como sus tres dimensiones simultáneas de significado:
La más evidente, el típico
revestimiento superficial de toda comedia romántica teen de turno, un esquema que funciona por sí solo
independientemente de que película se trate: chica llega la universidad, chica
conoce a chico, destello fulgurante de pasión (que se va acrecentando a pesar
del aparentemente falso socavamiento que se autoimponen por medio de capas de sutil
indiferencia), acercamiento más íntimo, ridículas barreras (ademán de generar
un forzado dramatismo), crisis, superación (musical) del conflicto y victoria. Entrar
a discutir la acertada ejecución de estos patrones resulta un tanto
irrelevante, pues de lo artificial difícilmente puede surgir lo sublime o
magistral.
Por otro lado, uno diría que no
se tratan de los típicos estereotipos danzantes y bailantes que imperan en esta
clase de películas. Aquí tenemos una ristra de personajes raros y
extravagantes, a la vez que simpáticos y entrañables; aquí no importa el nivel
degenerativo, pues todos/as resultan simpáticos/as (a esto también contribuye
un acertado trabajo de casting, con interpretaciones más que solventes y su palpable
química). Empero esto no significa ninguna ruptura respecto al modelo
convencional, sino que, más bien, opera como un mecanismo propio del mismo, como
una regeneración; siendo parte de una nueva corriente forjada en el seno de la propia
industria que debe tomar por lema: “ir cambiando para mantenerse siempre igual”.
Segunda Dimensión: correcto confluir de los elementos
Por otra parte la ingeniería
narrativa permite que las chabacanerías
y efectos humorísticos un tanto cochambrosos y de manifiesta mediocridad
funcionen como conjunto, pero sin que ninguno de ellos lo haga por separado. A
pesar de este paradoxal engranaje humorístico, Pitch Perfect constituye una decente miscelánea de recursos
narrativos efectistas pero moderadamente efectivos que fluyen sin provocar el
hastío en el espectador.
Y… ¿a qué se debe esto? ¿Solo a
los decentes números musicales?
Tercera Dimensión: … che vuoi?
Se debe a que, a diferencia de
otras producciones, ese revestimiento no esconde EL GRAN VACÍO.
Desde esta interpretación, un
tanto más hipostática, percibimos que el auténtico mensaje de la película no es
otro que el de la “liberalización femenina”… no desde un simplista enfoque de “¡viva
la libertad!, somos libres para hacer lo que queramos, ¡abajo con el
patriarcado!, ya somos felices...” y otras simplezas de semejante índole, sino
que se presenta sin ese desdén que, por lo general, la naïveté y los mandatos comerciales terminan imponiendo; y por
supuesto que esa “evasiva substancia” tampoco se debe entender como la confrontación
generacional entre música clásica y moderna, como el cíclico y vigoroso paso al
frente de la juventud con sus gustos particulares y peculiares; en este caso,
esta “dialéctica musical” no es más que un mero canal para el mensaje principal
e irreductible: son las propias Bellas las
que por su anclaje en el pasado, reviven constantemente – de manera
inconsciente- esa clase de imperativos que constriñen su propia libertad,
reproduciendo siempre su pasado, impidiéndoles alcanzar su potencial.
Su propia líder (Aubrey) es el
gran paradigma de esa incapacidad de percibir lo que ella quiere pero no sabe
que quiere, mostrando un ostensible rechazo ante todo resquicio de cambio (especialmente
ante el frenesí de Amy la Gorda en
las Regionales –manifestado éste por medio de la irracional espontaneidad- y el
cuestionamiento incesante de Beca sobre
el caduco estilo que profesan – por medio del análisis de un Yo todavía no disuelto en la colectividad,
lo que le produce en Aubrey un mayor terror y aversión-), pero no se produce
ningún cambio porque esa coerción se interpreta como un constituyente de su
realidad, una cualidad inherente, natural e incuestionable. Y es aquí donde
entra la figura de Beca, como la única que comprende aquello difuso e inefable
que pertenece al ámbito de lo extra-simbólico en lo grupal… y es precisamente
esa incapacidad de reducirlo a la dimensión simbólica la que impide su
expresión por medio del lenguaje, por lo que Beca se ve forzada a traerlo al
entendimiento por medio de ACTOS rompedores para que así se haga
concebible para el resto del grupo, manifestándose ahora ante todas como una
diáfana certidumbre… bueno, no ante todas, pues la acérrima autoridad de Aubrey
se sigue negando a aceptar la realidad cambiante, ocasionando así el punto de
ruptura irreversible.
Es decir, ellas habían estado
actuando como cómplices de su esclavitud ante estos cercenadores mandamientos arcaicos
que solo les permitían crear, en el presente, réplicas del pasado; por lo tanto
(nótese el tono enfático que adquiere la crítica), el mensaje alegórico que
ofrece la película es el de que en esta
era posmoderna, la "liberalización" debe comenzar desde la propia mujer, y
como en toda búsqueda de la libertad, ésta implica una confrontación interna (escena en
la que el grupo se amotina contra su líder y se enzarzan en una pelea literalmente
vomitiva), pues alcanzarla resulta doloroso y exige sufrimiento (la muerte
simbólica del antiguo Gran Otro). Solo
por medio del enfrentamiento consciente de sus anclajes o grilletes superyoicos, el cambio se hace posible.
La transformación se representa con ese final de exultante brío, desprovisto de
la rigidez postural de la que hacían gala y con sonrisas propias de aquellas
que obran de acuerdo con su sentir.
Por lo tanto, reformulando la pregunta inicial…
¿Se trata de “otra estúpida película americana”?
Me atrevería a responder que no,
porque estas tres dimensiones operan armónicamente a pesar de sus cuestionables
fundamentos.
Pero una vez abarcada esta
cuestión, debemos plantearnos otras más elemental… ¿es Pitch Perfect, por lo tanto, una buena película? En este caso, la respuesta es claramente
que no.
No alcanza la brillantez en ningún
momento porque tampoco la desea. Pitch
Perfect hace de sus presupuestos su estructura medular: el goce impúdico
absorbe cualquier tentativa de sobrepasar sus propios límites. Contiene –altivamente-
todo aquello deleznable de este tipo de producciones (con toda la gloria que eso
tiene para ella).
Y… ¿no es acaso todo más sencillo?
Como diría aquella enseñanza Budista: “si quieres naranjas no plantes manzanas”.
Si la película insiste en plantar una entretenida mediocridad… ¿Qué fruto se va
a obtener?
4.5/10
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